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La primera
Hay muchas "primeras", no solo las que incluyen los libros que intentan rescatar la Historia, sino las que toman una decisión que las hace ser las primeras en su trabajo, en su pueblo, en su familia.
Qué difícil ser la primera. Pienso en la primera que se planta y dice que así nunca más y pienso también en la primera que se sienta en una mesa y defiende con fiereza lo que cree justo y también en la primera que da el paso con el que se diferencia de los otros y empieza a trabajar de otra manera.
Este agosto conocí en Tenerife a Dulce Acevedo, una de esas mujeres que hace más de 30 años quiso tener plataneras ecológicas aunque obtuviera una menor producción y que después diversificó el cultivo con frutales y verduras. Pensó que era lo más coherente, pese a que se lo discutieran —en aquel momento era complicado justificar esa opción que ahora se abraza como la más viable—.
Era una mujer en un mundo de hombres que dirigían las fincas de plátanos en la isla, un cultivo, que según me explica, sin embargo, es muy femenino, pues se habla de madres e hijos que al crecer son madres a su vez y de canales por los que la planta da a luz la piña de la que nace la fruta.
Entrar en su finca, “La Calabacera”, es darse cuenta de cómo Dulce ha seguido su propio camino. Desde su oficina acristalada se contempla el mar verde de hojas y la limpieza entre plantas que paren las piñas de plátanos. El orden en el campo y el lío de códigos QR bajo las mesas. “Estoy informatizando todo para objetivizar el trabajo que hacemos”, comenta. Para ella, esos datos son una de las mejores maneras de facilitar un cambio generacional que tarde o temprano confía en que llegará.
Dulce busca soluciones a todo y para ello no le importa hasta meterse en las cloacas, incluso de programas informáticos. Una red del invernadero se recoge de forma automática con un sistema casero y un buggi repleto de mangos se va de una parcela a otra. Entre las plataneras un pasillo de césped sobre el que montar cenas con chefs como Eduardo Domínguez. Con este cocinero ha empezado además a colaborar en la elaboración de una línea de kombuchas aromatizadas con plantas y frutas de la finca.
Paseo entre plataneras, guayabos, mangos, papayas, zapotes. Me cuenta que el canistel, una apetitosa fruta de carne amarilla, es muy bien recibida en los mercadillos a los que ella misma asiste porque —según dice— así conoce gente, escucha opiniones, ve reacciones.
Le pregunto por qué no hay placas solares en su finca —todo el que quiere ser ecológico hoy en día es lo primero que te muestra—, pero me deja pensativa al decirme que lo sostenible es también aprovechar lo que ya tiene a mano para reducir el consumo de energía.
Desde la parcela más elevada observo en silencio la tierra escalonada en cultivos, la mayoría de plataneras, que antecede a las construcciones de Playa San Juan en Tenerife. “¿Y si no hubieran plátanos, qué habría?” Dulce habla sin mirarme: “Imagina…”.
Releer a M.F.K. Fisher
Este agosto he releído con todo el placer a esta otra “primera”. He vuelto a comerme poco a poco su Yo gastronómico y he invitado junto a nuestras compañeras de The Foodie Studies, Sara Marcolla y Cris Silva a todo el mundo a esta relectura para comenzar con un club de lectura online que será guiado por una de sus primeras, Lakshmi Aguirre el 18 de septiembre a las 19 horas de Madrid (Inscríbete aquí). Por cierto, una de quienes también la ha releído este verano ha sido María Arranz.
La comida es el hilo conductor de las emociones de su vida que no solo son fruto de su experiencia personal, sino también de situaciones políticas y códigos culturales. El miedo, la tristeza, la extrañeza o la alegría que le provocaron todas ellas vuelven a mí al leerla. Y para hoy me quedo con la plenitud de extender la mesa entre sus viñedos de su casa en Suiza, una memoria que me lleva a la mesa de vendimia de mi infancia.
Momentos meSupo
He tenido la suerte de pasar unos días en la isla de El Hierro y he aprovechado para conocer la cocina de Marcos Tavío en su restaurante de Frontera, 8 Aborigen. En una barra ofrece para ocho personas cada noche una cena-coloquio inspirada en la arqueología de yacimientos de los antiguos pobladores de Canarias, los guanches. En el menú propone la cebada como vehículo y el gofio como elaboración principal, que completa con lapas, mantequilla de cabra y tasajos de oveja o cabra. Una propuesta de cocina de decolonización con todas las influencias interculturales pasadas —el garum de los romanos que explotaron el púrpura en el Archipiélago— y actuales —el cebiche— . Y entre plato y plato una frase de Tavío: “la papa no es nuestro producto identitario sino el gofio. No se tenía que haber quedado en escaldón sino en un ingrediente sutil que acompañe a la cocina canaria”.
Otras lecturas
Este agosto también he leído a dos agustines (des)unidos por el franquismo, una época cuyo recuerdo se ha reavivado este verano por la actualidad política española. Uno de ellos, el canario Agustín Espinosa, de quien me he leído Crimen en la edición del escritor Alexis Ravelo para Siruela. Esta novela surrealista le valió la persecución. Hoy la leo con toda su modernidad y me parece increíble que fuera juzgado por ella. Para entender la mirada de la época y cómo se crea un sistema de pensamiento único me ha servido María República de Agustín Gómez Arcos editado por Cabaret Voltaire. Me ha fascinado cómo explica desde la metáfora la imposición de la voluntad franquista no solo sobre el gobierno de un país sino sobre las mentes y cuerpos de sus ciudadanos.